Creado en 1974 por Ernő Rubik, un profesor de arquitectura húngaro, el cubo fue ideado inicialmente como un objeto educativo para explicar conceptos de geometría tridimensional, pero rápidamente se reveló como un ejercicio de lógica, memoria, coordinación y estrategia.
El interés de la ciencia por este pasatiempo ha ido en aumento con el tiempo. Un estudio publicado en la European Journal of Special Education Research analizó el impacto de resolver el cubo de Rubik en la activación de distintas áreas cerebrales. Aunque la muestra original se centró en niños, los autores subrayaron la posibilidad de extrapolar los resultados a otras edades, destacando que esta práctica activa zonas como la corteza prefrontal, el lóbulo parietal y el hipocampo, regiones directamente relacionadas con funciones de memoria, planificación, orientación espacial y resolución de problemas.
A diferencia de otras actividades como los crucigramas, los sudokus o las sopas de letras, el cubo de Rubik exige al usuario involucrar simultáneamente varias capacidades: recordar secuencias de movimientos, anticipar los efectos de ciertas acciones y corregir errores sobre la marcha. No se trata de velocidad, sino de método y perseverancia. En este sentido, los especialistas coinciden en que cualquier persona puede beneficiarse de su uso, independientemente de su destreza inicial o rapidez para completarlo.
El cubo de Rubik sobresale por su capacidad para fortalecer distintos tipos de memoria y habilidades cognitivas. En primer lugar, la memoria a corto plazo se ve reforzada porque, para resolver el cubo, es fundamental retener durante segundos ciertas secuencias o algoritmos que dictan los movimientos. Esta habilidad, crucial en la vida diaria para tareas como recordar un número de teléfono o una instrucción reciente, tiende a debilitarse con la edad, por lo que ejercitarla resulta provechoso.
Por otro lado, la memoria a largo plazo se ve igualmente beneficiada. Con la práctica, el cerebro procesa y almacena patrones y algoritmos, de modo que muchos de esos movimientos llegan a automatizarse. El proceso es similar al de aprender a montar en bicicleta o tocar un instrumento: al principio requiere atención consciente, pero con la repetición se convierte en un acto casi reflejo. Así, el uso regular del cubo equivale a añadir capas de conocimiento duradero que, a su vez, facilitan el aprendizaje de nuevas técnicas y estrategias.